Cuando un personaje muy importante, como un rey, un príncipe, el Papa, o el presidente de un país visita otro país, la gente sale de sus casas para verlo pasar y los saludan con gritos, banderitas, papel picado y pancartas.
Algo parecido le sucedió a Jesús. El domingo antes, de morir, se dirigió con sus amigos a la ciudad de Jerusalén. Pero antes de entrar a la ciudad le pidió a uno de sus amigos que le consiguiera prestado un burrito para entrar a la ciudad. Cuando se lo trajeron, montó sobre él y acompañado de sus amigos entró a la ciudad. Una gran multitud de gente salió de su casa al encuentro de Jesús. Habían oído muchas cosas buenas y hermosas sobre él: que amaba mucho a los niños y a los más pobres, que sanaba a los enfermos, consolaba a los tristes y que sus palabras eran siempre muy sabias.
Entonces cuando lo vieron montado en un burrito se acercaron lo más que pudieron agitando ramos de palma y olivo. Y gritaban llenos de entusiasmo: “Viva el Rey, el Mesías. Bendito sea el que viene en el nombre del Señor”. Y algunos estaban tan contentos e impresionados que lanzaron sus mantos al camino a modo de alfombra, para que el Señor pasara sobre ellos.
Jesús recibía estos saludos con una sonrisa humilde y mucha paz. El burrito se portó muy bien, no protestó, ni lanzó patadas a la gente; al contrario caminaba contento de llevar sobre su lomo al Hijo de Dios y Rey del universo.
UNA CENA DE DESPEDIDA MUY ESPECIAL Mt. 26, 17-28
El día jueves por la tarde, Jesús quiso tener una cena de despedida con sus amigos más cercanos. El sabía que sus enemigos estaban siguiendo sus pasos porque habían decidido darle muerte en una cruz y quería despedirse con una comida de sus amigos. Como no tenía casa en esta ciudad, Jesús pidió prestada una sala grande donde reunirse con ellos en privado.
Fue una comida muy especial. Antes de sentarse a la mesa, Jesús tomó un lavatorio con agua, una toalla y aunque él era el jefe, se arrodilló delante de sus doce amigos y les lavó los pies que estaban sucios luego de haber caminado todo el día
Luego de este gesto de cariño y preocupación por sus amigos se sentaron a la mesa. En un momento Jesús hizo otro gesto muy especial. Tomó un pan, dio gracias a Dios por él y lo partió para compartirlo entre todos. Lo mismo hizo con una copa de vino: dio gracias a su Padre Dios por el vino y luego se la dio a sus discípulos. Todos comieron y bebieron del mismo pan y del mismo vino.
Al repartir el pan Jesús dijo unas palabras muy misteriosas que ni sus amigos entendieron muy bien ese día “Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. Y cuando repartió el vino dijo:”Esta es mi sangre que será derramada para salvarlos”.
Estas palabras son muy misteriosas. ¿Qué quiso decir Jesús con esto? Que cuando él se fuera de la tierra y volviera al cielo con su Padre Dios, no nos dejaría solos y abandonados en esta tierra. Para poder quedarse para siempre con nosotros, se le ocurrió la idea genial de permanecer en el pan y en el vino que representan su cuerpo y su sangre. No en cualquier pan ni tampoco en todo vino. Es lo que hacen los sacerdotes, en recuerdo suyo, cuando celebran la Santa Misa ¿Te has fijado que en un momento de la Misa levantan un pancito blanco y redondo y también una copa y pronuncian las mismas palabras de Jesús? Es un momento muy solemne de la Misa porque después de este gesto y de estas palabras del sacerdote, ese pedazo de pan y esa copa de vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
Cuando estén más grandes y hagan la Primera Comunión entenderán mejor estas palabras llenas de misterio de Jesús.
EL SEÑOR JESÚS HA RESUCITADO PARA SIEMPRE. Jesús murió en la cruz un día viernes. Cuando bajaron su cadáver de la cruz, lo enterraron en una tumba prestada por un amigo suyo llamado Nicodemo. Pero al tercer día o sea, el domingo, muy de amanecida, antes que saliera el sol, se levantó de la tumba lleno de vida, es decir, resucitó para siempre.
Unas mujeres que habían ido al sepulcro fueron las primeras que vieron la tumba vacía y creyendo que se habían robado el cuerpo de Jesús, se pusieron llorar. Al verlas Jesús se les apareció, las tranquilizó y las mandó a que fueran a dar la noticia a sus discípulos. Ellas, llenas de alegría de haberlo visto resucitado corrieron hasta la ciudad a dar la tremenda noticia. Jesús estaba vivo, había vencido a la muerte, había resucitado para siempre, como lo había anunciado hacía unos meses atrás.
Pedro y Juan, dos de los amigos más cercanos de Jesús, no lo podían creer; se vistieron con rapidez y salieron, corriendo para comprobar si las mujeres decían la verdad. Al entrar al interior de la cueva, Jesús no estaba; sólo vieron que el lienzo blanco con que habían envuelto el cuerpo muerto de Jesús estaba doblado sobre una piedra. Era verdad que había resucitado tal como se los había dicho en una ocasión. Jesús había cumplido con su palabra y con su promesa.
Después de resucitado, Jesús se apareció varias veces a sus amigos, conversó con ellos y comió también con ellos. En esas ocasiones, al verlo de nuevo vivo entre ellos, sus corazones se llenaron de emoción, alegría y asombro.
La noticia de su resurrección se corrió por toda la ciudad, luego por todos los demás pueblos y finalmente por todo el país. Esta ha sido la noticia más espectacular que se ha dado en el mundo a través de los siglos. Al principio hubo algunas personas que no creyeron que había resucitado hasta que lo vieron entre las gentes.
Equipo Nacional de Infancia
Area Agentes Evangelizadores
Conferencia Episcopal de Chile
Entonces cuando lo vieron montado en un burrito se acercaron lo más que pudieron agitando ramos de palma y olivo. Y gritaban llenos de entusiasmo: “Viva el Rey, el Mesías. Bendito sea el que viene en el nombre del Señor”. Y algunos estaban tan contentos e impresionados que lanzaron sus mantos al camino a modo de alfombra, para que el Señor pasara sobre ellos.
Jesús recibía estos saludos con una sonrisa humilde y mucha paz. El burrito se portó muy bien, no protestó, ni lanzó patadas a la gente; al contrario caminaba contento de llevar sobre su lomo al Hijo de Dios y Rey del universo.
UNA CENA DE DESPEDIDA MUY ESPECIAL Mt. 26, 17-28
El día jueves por la tarde, Jesús quiso tener una cena de despedida con sus amigos más cercanos. El sabía que sus enemigos estaban siguiendo sus pasos porque habían decidido darle muerte en una cruz y quería despedirse con una comida de sus amigos. Como no tenía casa en esta ciudad, Jesús pidió prestada una sala grande donde reunirse con ellos en privado.
Fue una comida muy especial. Antes de sentarse a la mesa, Jesús tomó un lavatorio con agua, una toalla y aunque él era el jefe, se arrodilló delante de sus doce amigos y les lavó los pies que estaban sucios luego de haber caminado todo el día
Luego de este gesto de cariño y preocupación por sus amigos se sentaron a la mesa. En un momento Jesús hizo otro gesto muy especial. Tomó un pan, dio gracias a Dios por él y lo partió para compartirlo entre todos. Lo mismo hizo con una copa de vino: dio gracias a su Padre Dios por el vino y luego se la dio a sus discípulos. Todos comieron y bebieron del mismo pan y del mismo vino.
Al repartir el pan Jesús dijo unas palabras muy misteriosas que ni sus amigos entendieron muy bien ese día “Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. Y cuando repartió el vino dijo:”Esta es mi sangre que será derramada para salvarlos”.
Estas palabras son muy misteriosas. ¿Qué quiso decir Jesús con esto? Que cuando él se fuera de la tierra y volviera al cielo con su Padre Dios, no nos dejaría solos y abandonados en esta tierra. Para poder quedarse para siempre con nosotros, se le ocurrió la idea genial de permanecer en el pan y en el vino que representan su cuerpo y su sangre. No en cualquier pan ni tampoco en todo vino. Es lo que hacen los sacerdotes, en recuerdo suyo, cuando celebran la Santa Misa ¿Te has fijado que en un momento de la Misa levantan un pancito blanco y redondo y también una copa y pronuncian las mismas palabras de Jesús? Es un momento muy solemne de la Misa porque después de este gesto y de estas palabras del sacerdote, ese pedazo de pan y esa copa de vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
Cuando estén más grandes y hagan la Primera Comunión entenderán mejor estas palabras llenas de misterio de Jesús.
EL SEÑOR JESÚS HA RESUCITADO PARA SIEMPRE. Jesús murió en la cruz un día viernes. Cuando bajaron su cadáver de la cruz, lo enterraron en una tumba prestada por un amigo suyo llamado Nicodemo. Pero al tercer día o sea, el domingo, muy de amanecida, antes que saliera el sol, se levantó de la tumba lleno de vida, es decir, resucitó para siempre.
Unas mujeres que habían ido al sepulcro fueron las primeras que vieron la tumba vacía y creyendo que se habían robado el cuerpo de Jesús, se pusieron llorar. Al verlas Jesús se les apareció, las tranquilizó y las mandó a que fueran a dar la noticia a sus discípulos. Ellas, llenas de alegría de haberlo visto resucitado corrieron hasta la ciudad a dar la tremenda noticia. Jesús estaba vivo, había vencido a la muerte, había resucitado para siempre, como lo había anunciado hacía unos meses atrás.
Pedro y Juan, dos de los amigos más cercanos de Jesús, no lo podían creer; se vistieron con rapidez y salieron, corriendo para comprobar si las mujeres decían la verdad. Al entrar al interior de la cueva, Jesús no estaba; sólo vieron que el lienzo blanco con que habían envuelto el cuerpo muerto de Jesús estaba doblado sobre una piedra. Era verdad que había resucitado tal como se los había dicho en una ocasión. Jesús había cumplido con su palabra y con su promesa.
Después de resucitado, Jesús se apareció varias veces a sus amigos, conversó con ellos y comió también con ellos. En esas ocasiones, al verlo de nuevo vivo entre ellos, sus corazones se llenaron de emoción, alegría y asombro.
La noticia de su resurrección se corrió por toda la ciudad, luego por todos los demás pueblos y finalmente por todo el país. Esta ha sido la noticia más espectacular que se ha dado en el mundo a través de los siglos. Al principio hubo algunas personas que no creyeron que había resucitado hasta que lo vieron entre las gentes.
Equipo Nacional de Infancia
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